El castillo de arena


A pocos metros de la orilla del mar se elevaba un castillo de arena. La gente curiosa se acercaba, tomaba fotos entre exclamaciones de alabanza y entusiasmo. Nadie sabía quién era su autor. A los niños se les impedía acercarse demasiado para que no lo estropearan accidentalmente, tal era su belleza.

—¡Qué de tiempo hacía que no veía algo igual! ¡Es magnífico! —el asombro de Félix le dejó un rato con la boca abierta.

—Mira que he visto castillos y figuras de arena, pero como este ninguno —apuntó su amigo Jaime, que se había agachado ante él para verlo mejor.

Félix y Jaime eran amigos desde hacía apenas tres años. Se conocieron en aquella playa donde veraneaban con sus respectivas familias. Cuando llegaba el fin del verano dejaban de verse pues vivían en ciudades diferentes, aunque no perdían el contacto. Terminado el curso escolar volvían a aquel pueblo donde se encontraban de nuevo y disfrutaban juntos de unas vacaciones maravillosas.

—Es perfecto —dijo Félix señalando una de las torres—. No le falta un detalle. Mira estas ventanitas. —Recorría con el dedo índice y con la mirada cada una de las ventanas hechas con todo primor a lo largo del castillo. —El que lo ha hecho es un pedazo de artista.

—No, esto no lo ha hecho ningún artista —dijo Jaime con gran seriedad—.  Esto han sido dos átomos que se han juntado dando lugar a esta maravilla.

—¿Qué estás diciendo? —Félix se volvió hacia su amigo con una sonora carcajada.

—Lo que oyes, dos átomos.

—Pero… —Félix enarcó las cejas perplejo sin saber si seguir hablando, pues la expresión seria de Jaime no parecía mostrar que se tratara de una broma—. ¿Tú crees que dos átomos tienen inteligencia para crear esto?

—Dos átomos se han mezclado creando un granito de arena, que a su vez se juntó con otros granitos de arena dando lugar al castillo que tenemos delante —Jaime volvió a ponerse en pie.

—Sí, claro, y son lo suficientemente inteligentes para saber lo que es un castillo y qué forma tienen, sobre todo con tanta precisión y belleza. Han estudiado Historia y Bellas Artes —una risilla se dibujó en el rostro de Félix.

—Pues yo no sé qué es lo que has estudiado tú que has perdido la fe y la capacidad de raciocinio. —Con esto Jaime hacía alusión al hecho de que su amigo había dejado de frecuentar la iglesia  poco después de haber recibido el sacramento de la confirmación.

Félix fijó en él su mirada, no conseguía entender hacia donde iba su compañero.

—Has visto una espléndida obra de arte, un castillo esculpido con arena, al que no le falta un solo detalle: torres, fosos, puente levadizo, murallas, patio de armas…  y así deduces que está labrado por alguien con grandes dones artísticos, inteligencia y conocimiento. ¿Y ves la Creación y dices que no existe un Creador? —Jaime levantó los brazos hacia el cielo y continuó—. ¿No reconoces en el sol, la luna y las estrellas colocados en perfecto orden en el firmamento de magnitud casi infinita, moviéndose con una precisión matemática, una mano ordenadora de todo?

En las palabras de Jaime había un acento que sobrecogió a Félix.

—El autor de este castillo se ha marchado sabiendo bien que los que lo contemplen hablarían de él, sacarían fotos que luego pondrían en algún perfil o difundirían por redes sociales inmortalizándolo. Su nombre quedará oculto pero todos sabrán de su existencia por su obra. Aunque no podamos ver a Dios, llegamos a conocerlo a partir de la grandeza, poder y majestad de sus obras.

Félix no sabía qué contestar. Había dejado de frecuentar la iglesia  por desidia, su fe aún seguía latente y las palabras de su amigo la hicieron aflorar.

—Interroga a la belleza de la tierra, interroga a la belleza del mar, interroga a la belleza del sol, interroga a la belleza del cielo…, interroga a todas estas realidades. Todas te responden: ¿quién nos ha hecho sino la Suma Belleza? —continuó Jaime con gran vehemencia.

—Tienes razón. —La voz de Félix sonó muy queda y su mirada se perdió en el horizonte. Jaime se volvió hacia él y señalando el castillo añadió:

—Este castillo de arena es la huella de su autor, pues es señal de que por aquí ha pasado alguien. De igual manera las criaturas son como un rastro del paso de Dios, por el cual se rastrea su grandeza, potencia y sabiduría.

—Está bien, me has convencido. —Félix hizo un gesto con las manos indicando a su amigo que no siguiera hablando. Se giró hacia el sol alzando los brazos y con gran entusiasmo gritó—: Sol, manda un beso a Aquel que te creó a ti y a nosotros.

Jaime y Félix notaron cómo el agua llegaba a sus pies, la marea había comenzado a subir. Permanecieron unos minutos disfrutando del cosquilleo que producía el ir y venir de las pequeñas olas, que se desvanecían en la orilla permitiendo al mar conquistar  poco a poco la playa.

Después de contemplar el castillo de arena por última vez continuaron su paseo. Su actitud era distinta, sentían el corazón renovado y lleno de alegría.



Texto © Hortensia López

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