ÉNGUIVUCK EL SABIO

 Hola de nuevo, hoy voy a publicar el relato que hice para el proyecto final del curso de Escritura Creativa. Con él me gané el certificado. Los que conocéis La Historia Interminable sabéis que durante la novela hay varios personajes cuyas historias quedan inconclusas y el autor las deja en el aire con su famosa frase Pero esa es otra historia y tiene que ser contada en otra ocasión. Pues escogí una de esas historias que deben ser contadas en otra ocasión para mi proyecto final. Énguivuck y su mujer Urgl, son unos personajes que me encantan, así que ellos son los protagonistas del relato que publico a continuación. Espero que os guste. 






Énguivuck y Urgl contemplaban el valle que se extendía ante su vista. Era especialmente atractivo, las montañas que lo rodeaban parecían no tener fin, estaban repletas de árboles de toda especie, diferentes en follaje, en tamaño, en altura. Las tonalidades del verde de sus hojas rayaban en el infinito, ninguna paleta de ningún pintor, por más que dominara el manejo de los colores, tuvo nunca tal variedad de tonos. Algunos árboles se abrazaban, otros se inclinaban graciosamente haciendo una reverencia, varios permanecían aislados como sumidos en profunda meditación. Pero no desentonaban entre sí, esta desigualdad les hacía complementarse.

Nadie en Fantasía hubiera cambiado ni uno de su lugar; al igual que las flores que adornaban la llanura del valle, tan diferentes, tan exóticas, cada una tenía una perfección que no poseía la otra. La infinitud de sus colores y tonalidades pasaban de formar el más bello de los arcoíris a transformarse en una explosión semejante a fuegos artificiales. La brisa que jugaba entre sus pétalos mostraba aún más su belleza y diversidad.

El río que cruzaba el valle serpenteaba saludando así a todos sus moradores. En la parte más inclinada del terreno se mostraba altivo, luego bajaba en una suave rampa hasta llegar a la zona más llana del lugar, donde habitaban toda clase de peces de mil formas, tamaños y colores; crustáceos cuyos caparazones brillaban como perlas; tortugas que nadaban con gran celeridad, e incluso en tierra corrían casi a la velocidad de un galgo; aves zancudas, tales como flamencos, cigüeñas, garzas e ibis, que añadían, si posible fuera, colorido a aquel escenario; y algún cocodrilo, pero los que aquí vivían eran totalmente inofensivos, se alimentaban de frutos secos, de bayas y de toda clase de plantas silvestres.

Este sitio es precioso dijo Urgl como un suspiro que salió de sus pequeños y arrugados labios.

Bajemos a la llanura a ver si encontramos alguna cueva donde podamos instalarnos rezongó Énguivuck. Estoy cansado de tanto andar. Llevamos días y noches sin parar, y este cesto que llevo a la espalda me está matando.

Urgl y Énguivuck eran dos gnomos que se vieron obligados a abandonar su casa huyendo  de la Nada que estaba aniquilando Fantasía. Habían ayudado a Atreyu en su misión de salvar a la Emperatriz Infantil y con ella a toda Fantasía. Ahora buscaban un lugar lejos de la aniquilación donde poder vivir.  Conocían la bravura de aquel muchacho, estaban seguros de que cumpliría con su misión, y volvería a reinar la paz.

Bajaron hasta el llano tambaleándose sobre sus piernecitas torcidas. Encontraron una gruta más grande y fresca que la última en la que habían vivido.

¡Magnífico! dijo la mujercita ¿Qué te parece, Énguivuck?

Podía ser mejor carraspeó el hombrecillo.

Eres un gruñón replicó Urgl.

E inmediatamente comenzó a sacar de su cesto las cosas que llevaba: botellas, cacerolas, cuencos, vasos y un sinfín de cachivaches para preparar los brebajes con los que curaba toda suerte de enfermedades.

Énguivuck hizo otro tanto. De su cesto salieron varias sillas, mesas, una cama grande, cuadros, libros  Aquellas espuertas no parecían tener fondo.

Buenos días sonó una voz a la entrada de la cueva.

¿Quién diablos eres? refunfuñó Énguivuck sorprendido.

No seas tan maleducado intervino la buena mujer. Al salir de la cueva vio delante de sí a un oso rosado, sus ojos reflejaban profunda tristeza —. ¿Qué te pasa, chico?

Estaba paseando y os he visto entrar. Sois nuevos aquí y he querido saludaros.

Tu voz y tu rostro demuestran que estás preocupado por algo. Los ojillos de Urgl brillaban como estrellas.

Es que mi mejor amigo me ha insultado sin justificación.

Te voy a dar un consejo intervino Énguivuck mirándole fijamente a través de sus grandes gafas . Ve al río y escríbelo en la tierra blanda que encuentres en su lecho.

El oso marchó dispuesto a seguir su recomendación.

—¡Hasta pronto! —se despidió.

Voy a hacer una puerta para que no nos molesten con impertinencias dijo Énguivuck malhumorado.

A los pocos días volvió el oso rosado muy contento. Encontró al hombrecillo sentado sobre una piedra leyendo un libro sumido profundamente en él.

Buenos días; perdone, pero no sé su nombre.

—Me llamo Énguivuck —gruñó al suspender su lectura—. ¿Y ahora qué quieres?

—Esta mañana he estado a punto de caerme por un barranco y mi mejor amigo me ha salvado.

—Pues debes tallarlo sobre roca. Cuando un amigo nos ofende debemos escribirlo sobre tierra blanda junto a un río, para que éste al pasar lo borre. En cambio cuando un amigo nos ayuda debemos tallarlo en piedra para que no se borre jamás.

Dando las gracias, el oso marchó muy contento y empezó a hablar a todos de la sabiduría del gnomo.

—De nada me ha servido la puerta —carraspeó sumergiéndose de nuevo en las páginas que tenía delante de sí.

Pasado poco tiempo apareció por el valle un silfo. Se acercó a la casa en el mismo momento en que salía Urgl ataviada con un delantal y una cofia de hojas marchitas, llevaba en una mano una pequeña cesta para recoger moras.

—¿Vive aquí el señor Énguivuck? —gesticuló tan vivamente que parecía bailar.

—¿Quién pregunta por él? —se oyó decir a una vocecita desde el interior.

—Me llamo Arank, he oído hablar de su sabiduría y quiero pedirle consejo sobre un asunto.

—¡Jajaja! —rió Urgl a placer.

—Apártate, mujer. —El hombrecillo ya estaba fuera y dirigiéndose al visitante añadió—: Sólo piensa en cosas prácticas, para los grandes conceptos no está dotada.

—He hecho algo muy grave —interrumpió nervioso el silfo—. He calumniado a un amigo que ha alcanzado mucho éxito. Me he dejado llevar por la envidia. Estoy sumamente arrepentido y no sé qué hacer para arreglarlo.

—Muy fácil, toma un saco lleno de plumas pequeñas y suéltalas una por una en cada lugar que visites.

Arank marchó feliz por tan fácil tarea. Apenas desapareció cuando se oyó un suave trote. De entre la espesura apareció un centauro, su piel se había tostado por el sol, pues venía de un país muy lejano.

—Buenos días —saludó—, ¿tengo el honor de hablar con Énguivuck el Sabio?

—Ése es mi nombre.

—Un enemigo me ha ofendido gravemente, estoy resuelto a vengarme y batirme con él en duelo. Mi mujer me ha pedido que antes lo consulte con usted; vengo para complacerla, pero no creo que nada que pueda decirme me haga cambiar de decisión.

—Haz lo que piensas, pero antes ve a tomar una tisana junto a la orilla del río. —Énguivuck le acercó una taza colmada con una de las mejores infusiones hechas por la querida Urgl.

El centauro así lo hizo. Al cabo de un rato volvió para devolver la taza agradecido y añadió que lo había pensado mejor, que entendía que era excesivo batirse en duelo con su enemigo.

—Me limitaré a discutir con él delante de todos y echarle en cara su mal comportamiento para avergonzarlo.

—Me parece bien, pero ya que has cambiado de opinión, vuelve al mismo lugar y bebe otra tisana saboreándola con pausa.

Pasado el tiempo el centauro regresó, su semblante ya no reflejaba ira.

—He reflexionado, me acercaré a mi adversario y le daré un abrazo, así dejará de ser mi agresor y recuperaré su amistad; él seguramente se arrepentirá de lo que ha hecho.

Énguivuck le regaló una bolsita de tisana para que la tomara con su antiguo enemigo y añadió:

—Eso quería aconsejarte, pero tú mismo debías descubrirlo.

El centauro marchó a galope mostrando su alegría.

Al día siguiente apareció de nuevo Arank:

—Ya he soltado todas las plumas, ¿ahora qué debo hacer?

—Esa era la parte más sencilla. Ahora debes volver a llenar el saco con las mismas plumas. Ve y búscalas.

Arank fracasó en su intento y se presentó de nuevo ante Énguivuck. Éste le dijo:

—Lo mismo que no has conseguido juntar todas las plumas, el mal que le hiciste a tu amigo pasó de boca en boca y el agravio ya está hecho. Nuestros actos pueden hacer daños irreparables. Evita perjudicar a los demás y si ya lo hiciste, pide perdón de corazón.

La fama de Énguivuck se extendió por todo el país y traspasó sus fronteras. De todas partes acudían los habitantes de Fantasía para pedir consejo o resolver los más intrincados misterios y enigmas. Su indumentaria, una especie de hábito de monje que parecía hecho de hojas marchitas, hermanaba con su sabiduría.

Un día se presentaron un soldado, una ninfa y un mercader.

—Venimos del torrente que contiene el agua de la felicidad —explicó el guerrero—. En vano hemos intentado entrar en él. Está rodeado de tierra fangosa, con sólo poner el pie me he hundido hasta más de la rodilla. Menos mal que ellos me han sacado; si no, me habría tragado.

—No tiene nada que ver con lo que había imaginado, pensaba en un agua mágica y misteriosa… —Tras una breve pausa continuó la ninfa desilusionada—. ¡Y es un simple arroyo de agua dulce!

—Intentamos valernos del tronco de un árbol a manera de puente, pero también se hundió —añadió el mercader.

Énguivuck pensativo se frotaba la barbilla.

—En esta ocasión creo que será mejor que vaya allá para daros la solución —dijo al fin.

Llamó a Urgl, que inmediatamente preparó un refrigerio para el camino. La comitiva marchaba alegre, a la cabeza iban el soldado y el mercader, les seguían los gnomos con su paso cortado, y la ninfa danzaba alrededor de ellos.

No tardaron mucho en divisar el torrente que contenía el agua de la felicidad. El guerrero, la ninfa y el mercader se detuvieron a una pequeña distancia. Énguivuck y Urgl se acercaron lo más que pudieron. El hombrecillo adelantó el pie derecho y se hundió hasta el tobillo, luego metió el izquierdo obteniendo el mismo resultado. Así pudo cruzar la tierra fangosa llegando hasta el borde del arroyo.

—Ahora lo intentaré yo —dijo Urgl. Comenzó a andar sobre el barro y alcanzó el arroyo sin manchar apenas sus zapatos.

—¿Cómo es que no te has hundido hasta el tobillo como yo? —los ojos de Énguivuck centelleaban de cólera.

Urgl le sonrió son picardía, y él mirando fijamente el fango reflexionó durante unos minutos.

—¡Venid! —gritó el viejo gnomo a los tres viajeros. Cuando se hubieron acercado les dijo—: Noble soldado, tu solución es que te despojes de tu armadura, es la ambición por la gloria y la violencia que hay en tus manos la que te impide llegar hasta el agua de la felicidad.

»Bella ninfa, tú debes desprenderte de esas lujosas vestiduras y renunciar a las vanidades, pues son las que te cierran el paso a esta dichosa agua.

»Y, en cuanto a ti, rico mercader, arroja las bolsas de monedas de oro que llevas, pues es tu avaricia la que te imposibilita sumergirte en el agua de la vida.

Los tres obedecieron y, liberados de sus cargas, consiguieron pasar sobre la tierra fangosa y llegar al torrente, del que bebieron. Al sentirse aliviados se lanzaron al agua: nadaron, bucearon, rieron. Sintieron cómo sus almas se henchían de alegría y paz interior.

—Vamos, viejo cascarrabias, métete tú también en el agua —invitó Urgl a su marido.

—Calla, mujer. Estas cosas no son para mí.

Sin hacer caso de sus palabras, Urgl dio un empujón a Énguivuck, que cayó de bruces dentro del agua.

—Báñate en el agua de la felicidad, ya verás como mejora tu carácter. —Su cara de color pardo oscuro reía alegremente—. ¿Por qué crees que te hundías hasta el tobillo?

Después de despedirse de aquellos tres personajes, Énguivuck y Urgl regresaron al valle de las flores, donde la mujercita pudo comprobar con gran satisfacción el cambio de temperamento de su marido. No volvió a refunfuñar ni a protestar, sus consejos iban cargados de dulces palabras y gestos consoladores. Su fama se extendió aún más y se hizo el más famoso de los gnomos de su familia.


Texto © Hortensia López

Todos los derechos reservados


 

 

 

 

Comentarios

  1. Magnífico, Hortensia. Además de una fértil imaginación tienes una prosa ágil que sólo tropieza el la lectura de esos nombres tan alejados de nuestra cultura. Te felicito, sigue así que vas camino de las aguas de la felicidad.
    Un abrazo.

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  2. Un gnomo sabio, ojalá esa sabiduría la pongamos en práctica toda la humanidad. Describe lo que tu eres amiga, me encanta. Impaciente por leerte de nuevo. Besos

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